El tono y la inflexión:
La
voz es como una huella dactilar, una característica personal e intransferible
de cada individuo. Desde el nacimiento la utilizamos en forma de llanto para
reclamar el alimento y, a medida que crecemos, la voz se transforma en función
de nuestro sexo. En lo que se refiere al tono, debemos plantearnos una primera
cuestión: ¿Cómo escuchan nuestra voz los demás?. Es agradable, desagradable o
neutra. Por ejemplo, simplemente con oír el tono con que nos saludan “Buenos
días”, nos hacemos una idea aproximada de su humor de la persona en ese
momento. Y es que emplear bien el tono de voz es fundamental para transmitir lo
que queremos. La razón estriba en que el tono es el regulador entre el
sentimiento y la expresión, entre lo sentido y lo verbalizado. Seguramente,
alguna vez no hemos conseguido transmitir con eficacia lo que pretendíamos a
pesar de utilizar las palabras justas, por no emplear el tono de voz adecuado.
El volumen de la voz:
el volumen de la voz sirve para transmitir
emociones y para enfatizar algunas partes de los discursos. Hay que hablar a un
volumen adecuado, lo suficientemente elevado para que todos puedan oír al que
habla, ni tan elevado que sea molesto. Hay que tener siempre presente que quien
inicia una conversación en un estado de tensión mal adaptado a la situación,
habla con un volumen de voz inapropiado.
El ritmo:
Tanto en el tono
como en el ritmo de la voz a emplear, es conveniente tener en cuenta la edad y
el nivel que tiene nuestro interlocutor. La flexibilidad se hace imprescindible
para que nuestro mensaje sea oído y entendido. La norma a seguir es: pensar más
deprisa que nuestro interlocutor, pero hablar más despacio de lo que él piense.
De esta forma, lograremos optimizar nuestra comunicación verbal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario